Rodrigo Cuevas, ese animal que arrasó en Barcelona

Es un espectáculo de hombre y de artista, vaya donde vaya y haga lo que haga. El fenómeno de Rodrigo Cuevas es completamente imparable e increíble, pero es que en directo rompe con todo tipo de barreras. Porque se supera. Porque tiene un talento fuera de serie. Porque tiene un

Es un espectáculo de hombre y de artista, vaya donde vaya y haga lo que haga. El fenómeno de Rodrigo Cuevas es completamente imparable e increíble, pero es que en directo rompe con todo tipo de barreras. Porque se supera. Porque tiene un talento fuera de serie. Porque tiene un don y una gracia naturales, capaces de atraparte. Porque es magnético y sabe que sus conciertos son pura adrenalina. Porque entiende a su público, da lo que quiere y no pierde ni un ápice de su esencia tan sumamente genuina. Él ha llegado para revolucionar la escena musical de arriba a bajo, a base de folclore, reivindicación, sinceridad y naturalidad.

Así es como logró cautivarnos el pasado viernes 22 de marzo en Barcelona, en el espectacular show de presentación de «Manual de Romería», que tuvo lugar en el Gran Teatre del Liceu y en el que colgó el cartel de «entradas agotadas» poco después de anunciar el concierto. Una noche que se quedará para siempre grabada en nuestra mente y en nuestro corazón, por la cantidad de cosas que allí experimentamos. Empezando por esa magnífica entrada de Rodrigo Cuevas: desde el público, a través del pasillo central del teatro y acompañado por todo su cuerpo de baile. Una entrada por todo lo alto, para un artista por todo lo alto. Todo, mientras sonaban los primeros acordes de «Más animal». Un inicio apoteósico, para un concierto que lo fue todavía más. Y es que verlo «Allí arribita» fue uno de los momentos más impactantes de nuestra vida. No faltó nada en esta cita en la «Arboleda bien plantada», donde hubo tiempo para bailar un buen «Valse» e incluso para redescubrir «Casares». Sin olvidarnos de ese imprescindible himno que es «Bypa» y que el asturiano interpretócon María Arnal, que estaba camuflada en las primeras filas del anfiteatro.

Como no podía ser de otra manera, también miramos al pasado con retrospectiva y viajamos sin darnos cuenta a «El día que yo nací», cantando a pleno pulmón «Dime, ramo verde» o «Verdiciu». Aunque si hubo un momento en el que se cayó el estadio por completo, fue cuando comenzó a sonar «Cómo Ye?!». Momento ideal para levantarse de las butacas y disfrutar de lo poco que quedaba de concierto completamente de pie, dándolo todo con canciones como «Xiringüelu», «Veleno» y «Matinada (Resaca)». Justo en ese momento en el que todo parecía que acababa, el público reclamó a Rodrigo Cuevas de nuevo y, siguiendo los gritos de «otra, otra», apareció nuevamente en el escenario para la mascletà final. Todavía quedaban por cantar «Rambalín», «Muiñeira para a Filla da Bruxa» «Romería».

Un día que volveríamos a repetir en bucle, no sólo por la experiencia musical que supone ver a Rodrigo Cuevas. También por su reivindicastivo y necesario discurso, por esa chispa vital que transmite, por su espontaneidad, por su puesta en escena, por esa banda y esos bailarines que lo acompañan. Por todo lo que él representó, representa y representará. Nadie más necesario que él en esta cambiante y voraz industria de la música, que no deja de necesitar a agitadores culturales como él.

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